Casi seis años han pasado desde que Germán Dehesa murió. De
esa fecha hasta ahora nadie ha ocupado su lugar. Y no me refiero a sustituirlo
completamente, eso es imposible. De lo que hablo es que ningún periodista,
columnista o editorialista nos ha retratado la vida nacional de una forma
similar; usando el sentido del humor y la familiaridad para acercarse a los
lectores.
Eso pretendo con este blog. Y no, no es mi intención ocupar el
lugar de Germán, por supuesto que no estoy a su altura (intelectual y
humorística, que en la altura física sí
nos dábamos el quién vive). Lo que quiero lograr en este espacio es alejarme
del tono solemne que suelen utilizar los llamados líderes de opinión. De hecho
tampoco pretendo ser uno de ellos. Me gustaría poder transmitir la realidad del
país desde el punto de vista de un ciudadano de a pie, de alguien alejado de la
clase política, sin que ello quiera decir que no tenga ideas políticas.
Escribir en internet es un poco como estar en La Matrix.
Muchas veces no sabemos si hay alguien leyéndonos al otro lado de la pantalla.
Sinceramente espero que no sea el caso. Si llego a más de cuatro lectores habré
superado al columnista Catón, lo cual ya es ganancia. De cualquier forma, si
alguien está interesado en dejar un comentario constructivo, que puede ser
positivo o negativo, adelante, bienvenido. Sólo eliminaré al troll, esa plaga
que inunda las redes haciendo comentarios que sólo buscan fastidiar por el sólo
hecho de fastidiar.
El título del blog tiene dos lecturas. La primera es un
tanto pretensiosa. Nos puede hacer pensar que es un lugar de pensamiento
elevado, donde habrá reflexión y profundas cavilaciones. La verdad, nada que
ver. Como les digo, será un espacio para platicar, como podrías platicar con
tus amigos. No puedo prometer que a veces use lenguaje más elevado, pero no es
la intención.
La segunda lectura, y que es la que se apega más al fin de
este blog, tiene que ver con ese espacio de la casa en el que nos mandaban de
niños, luego de hacer una travesura. Los que tuvimos la suerte de que no nos
agarraran a chanclazos o cinturonazos fuimos enviados a un rincón de la casa,
casi siempre era el mismo, para que reflexionáramos sobre nuestra conducta.
Ajá. Al final del castigo, que duraba no más de 15 minutos, poníamos cara de
mustios y jurábamos no volver a hacerlo. Ajá. Eso es lo que pretende este
espacio.
Por último, y si llegaste hasta estas líneas sin saltarte
nada, te quiero agradecer. Ojalá y podamos vernos mañana, y así cada día. Me
encantaría establecer una relación de complicidad contigo, tal y como la tuve
con Germán por casi 25 años.